El naturalismo en epistemología fue tachado de “psicologismo” durante el siglo XIX y buena parte del XX. Los epistemólogos naturalistas eran perseguidos y quemados en la hoguera, tras horrendas torturas. No, es broma. La cosa no llegó a tanto. Lo cierto es que mientras que el antinaturalismo en epistemología duró, nadie se atrevía a ser naturalista no porque lo fueran a torturar y quemar, sino porque no lo iban a tomar en serio. Fue a partir de los trabajos de Quine y del segundo Wittgenstein que el miedo al naturalismo en epistemología se fue disipando.
El panorama antinaturalista era este: entre las cosas que hacen los epistemólogos, está buscar reglas que nos permitan tener creencias justificadas. La epistemología es, en este sentido, normativa. Por otra parte, las explicaciones naturalistas suelen llevar a la conclusión de que, en última instancia, difícilmente podemos obtener una justificación de nuestras creencias. En los casos más extremos, no se pueden justificar las creencias, así que desde el punto de vista naturalista solo se puede contar la historia de como alguien llegó a tener determinada creencia. Los naturalistas menos extremistas sostienen que las creencias pueden ser justificadas, aunque su justificación tiene una cierta dependencia (o mucha) de la historia de cómo alguien llegó a tener las creencias que tiene. La idea sobre la que se apoya este naturalismo epistemológico más moderado es que las creencias (y las teorías, cosmovisiones, etc.) no pueden ser aisladas del contexto (en un sentido amplio de contexto) en el que surgen.

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