Uno de los puntos fundamentales de su filosofía vitalista o filosofía de la vida, fue la necesidad de superar la subalternidad intelectual de los científicos y pensadores latinoamericanos y colombianos frente al pensamiento europeo; la necesidad de cambiar ciertas prácticas, en el caso de los filósofos, específicamente la práctica de vivir leyendo y comentando textos de la filosofía europea. Igualmente, la practica erudita que privilegia el saber anquilosado sobre la verdadera reflexión. Botero, como Nietzsche, pensaba que una cabeza erudita y una cabeza vacía se encontraba fácilmente bajo el mismo sombrero. Por eso, en una entrevista sostuvo: “No soy un historiador de la filosofía, soy un pensador del mundo actual”. Es esto justamente lo que el lector puede advertir en libros como El derecho a la utopía, Vida ética y democracia, Vitalismo Cósmico, Teoría social del derecho, Si la naturaleza es sabia, el hombre no lo es, para sólo mencionar algunos.
Esa crítica al espíritu de la exégesis filosófica, donde se rumian textos hasta el cansancio, y donde en realidad no se aporta mucho a la filosofía, iba encaminada a las prácticas filosóficas imperantes y hegemónicas en nuestro medio, en nuestras facultades. Recuerdo que alguien sostuvo que los filósofos colombianos trataban de repetir mal lo que los filósofos europeos decían bien. Es lo que yo mismo he llamado “vampirismo y regurgitación”: lo primero consiste en sacarle la sangre a un autor; lo segundo, en vomitarlo en clases y en conferencias. De eso se vive, y en realidad no se avanza creativamente en nada. Este proyecto, llevó a Botero a repetir en varias ocasiones: “No puede pedirse a las facultades de filosofía que produzcan un pensador, porque ellas están encargadas de custodiar y de velar porque jamás se apague la lumbre de las tumbas más ilustres filósofos no hay donde no hay creación filosófica”. Nuestra intelectualidad era, a su parecer, una intelectualidad que le hacía el juego a la europea y que, como en la política, para el ascenso social -según ha mostrado magistralmente para Colombia el sociólogo Fernando Guillén Martínez-, practicaba el mimetismo, en fin, una “intelectualidad mimetizada”, basada en la lambonería y la adhesión acrítica sin creatividad.
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